lunes, 25 de febrero de 2008

BOLIVIA: Muy cerca de las nubes

Hola nuevamente! Tanto tiempo!! Luego de varias idas y vueltas, y con bastante retraso, finalmente decidí retomar los relatos de mi página para compartir con uds. algunas fotos e historias de esta parte de mi viaje.
Si bien había abandonado el blog y lamentablemente no publiqué nada de lo que hice en Guatemala, Belize, Paraguay y Uruguay, hoy desde Lima, Perú, en este post voy a escribir un resumen de los 17 lindos días que pasé en tierra boliviana.

Después de pasar un tiempo en familia en la Patagonia (San Martín de los Andes y Neuquén), salí desde mi ciudad natal el primer día de este 2008 rumbo a Córdoba, donde visité abuelos, tíos y primos. Desde allí viajé a La Quiaca y crucé a Bolivia, llegando a la ciudad fronteriza de Villazón el 5 de enero.



Junto a un grupo de cordobeses seguimos hacia Tupiza, donde asistimos a uno de los karaokes del lugar (a los bolivianos les encanta este tipo de lugares y hay muchísimos en cada ciudad) y también contratamos una excursión de 4 días en una camioneta 4x4 para que nos lleve por la región semidesértica del sudoeste boliviano.
Durante esos días que compartimos también con una pareja de alemanes y con el chofer/guía y su esposa (la cocinera) recorrimos sinuosos y complicados caminos (que inclueron encajadas y pinchazos) que nos abrieron lugar a paisajes naturales de formas y colores maravillosos. Así visitamos lagunas de las más variadas tonalidades, como la laguna verde o la colorada que cobijaba cientos de flamencos entre sus aguas, y llamas y vicuñas a su alrededor.








Luego atravesamos valles de curiosas rocas que nos invitaban a escalarlas para observar desde allí la inmensidad del desierto que transitábamos.



También reposamos y recargamos energías en el agua calentita de las termas naturales que se encuentran en el camino.

Pero, si de agua caliente se trata, al seguir subiendo hasta los 5.000m de altura sobre el nivel del mar, nos encontramos con géisers y fumarolas que expulsaban el vapor del agua que hervía en su interior a pesar del frío que hacía en afuera.



Por suerte, a pesar de las alturas que alcanzamos, no me apuné aunque me agité un poco, sobre todo después de jugar un "picadito" con unos chicos del lugar que perdimos alegando que "en la altura la pelota no dobla".

Así, a lo largo de nuestra excursión los colores del camino fueron sucediéndose hasta llegar a la frutilla del postre, el desierto blanco más grande del mundo: el Salar de Uyuni. En esta época del año caracterizada por las lluvias, este salar se transforma en un gigantesco espejo de agua donde la línea del horizonte se pierde y no se distingue el límite que divide el cielo de la tierra. Así el panorama alrededor de uno parece de otro planeta.




Allí visitamos un hotel construido íntegramente de lo que allí abunda: sal.

De Uyuni, me fui con Luis, que hizo el tour en otra de las camionetas, hacia Potosí en un viaje en bus bastante particular. Potosí está considerada como la ciudad más alta del mundo, por encontrarse a algo más de 4000 msnm. Además en el siglo XVII fue una de las ciudades más importantes del mundo por el enorme potencial de sus minas de plata.

Apenas llegamos, decidimos ponernos los trajes de mineros, comprar algunos presentes para los trabajadores (refrescos, hojas de coca y cigarrillos) y salir hacia el Cerro Rico con el objetivo de conocer de cerca el arduo trabajo que allí realizan.
Los mineros pasan largas horas en la oscuridad dinamitando y transportando los minerales en condiciones muy precarias, sin más que la compañía de sus hojas de coca y de "el tío", un mítico personaje al que los mineros rinden culto dentro de la mina.



Potosí es una ciudad colonial fría pero muy bonita donde visitamos algunos museos como La Casa de la Moneda que se fundó en el siglo XVI para acuñar las monedas para hispanoamérica durante muchísimos años. Luego se reconstruyó en el siglo XVIII llegando a contar con 160 habitaciones.
Además tanto en Potosí, como en varias ciudades de Bolivia construidas en la montaña, hay muchas subidas y bajadas, por lo tanto después de tanto caminar me di el lujo de saborear un rico "chocolate del plata", especialidad de una cafetería con ese nombre. Igualmente todavía no puedo entender, como otros podían caminar facilmente por esas calles con un poquito más de peso en la espalda que yo.



De Potosí, viajamos unas 3 hrs. en un taxi compartido hacia Sucre. Si bien en la constitución boliviana citan a Sucre como la capital oficial de Bolivia, allí sólo se encuentra el poder judicial ya que los otros dos están en La Paz. Temas políticos aparte, encontramos linda a Sucre, apodada como la "ciudad blanca" debido al color con el están pintadas sus construcciones antiguas. Pudimos verla desde las alturas de La Recoleta y del Cerro Churuquella. Para luego distendernos con una muy buena comida en el bar Joyride y bailando la música de la discoteca Mito's.

Al día siguiente madrugamos para ir al mercado indígena de Tarabuco que cada domingo exhibe la personalidad de sus dos comunidades a través de las vestimentas y los objetos que comercializan.

Nuestro próximo destino fue La Paz, una ciudad que parece más grande de lo que ya es debido a que está situada en una hondada que de noche muestra miles de lucecitas que parecen estrellas.
A pocos km. de la ciudad se encuentran las ruinas de Tiwanaku, que aunque no están muy bien cuidadas y que nuestro guía dejó bastante que desear, evidencia el legado de la civilización que habitó el lugar hace más de 3.000 años.



En el restaurant del predio, probé una nutritiva sopa de quinua y de "segundo" una tierna carne de llama.

Desde La Paz también hice una excursión en mountain bike hacia la yunga boliviana por la popularmente llamada "Ruta de la Muerte" ya que antiguamente, cuando estaba habilitada para el tránsito de todo tipo de vehículos, allí sucedían muchos accidentes. Así se la llegó a considerar como una de las rutas más peligrosas del mundo ya que son unos 70 km. de continua bajada al borde del precipicio. Hoy en día los vehículos circulan por una nueva carretera mucho más segura y a este viejo camino se le encontró la veta para explotarlo turísticamente con excursiones en bicicleta. Así desde La Cumbre, a 4.700 msnm, comenzamos nuestra aventura bien abrigados descendiendo por un camino plagado de paisajes increíbles que incluían hasta cascadas en plena carretera. Luego de unas 5 horas de bajada, llegamos a los calurosos valles subtropicales de Yolosa a 1.200 msnm, o sea que en total ¡descendimos 3.500 metros! Desde allí seguimos en van hasta nuestro destino final que fue un hotel en Coroico donde pudimos disfrutar de un suculento almuerzo, la pileta y duchas para reponernos de la travesía.
La experiencia fue muy emocionante y la adrenalina se incrementa aún más si al recorrido se le añade una caída, la mía está filmada por mí mismo, pero no tendrán el placer de verla por acá :P





De vuelta en La Paz, me volví a encontrar con Anabella que también la conocí en la excursión de Uyuni y con ella me quedé recorriendo la ciudad. Vimos los mercados (incluyendo el de brujería), el museo de la coca, el Puente de las Américas y el Valle de la Luna.



Luego nos fuimos a Copacabana, un pueblo tranquilo a orillas del Lago Titikaka. Allí nos deleitamos con truchas a muy buen precio y también con la vista que se apreciaba desde la altura del Cerro Calvario.



En Copacabana escalamos otro cerro donde se encuentra un antiguo reloj solar -mal denominado por los conquistadores como Horca del Inca- antes de embarcarnos hacia nuestro último destino en el altiplano boliviano: La Isla del Sol, ubicada en medio del lago.
En la isla realizamos un trekking de ida y vuelta en el mismo día desde el sector sur (donde nos hospedamos) hacia las playas del norte, visitando algunas ruinas incas en el camino.

De regreso en Copacabana tomamos un bus que, luego de cruzar la frontera, nos llevó a la ciudad peruana de Puno. Pero esto será parte del próximo relato, donde me dedicaré a contarles de Perú ya que aquí termino con el relato de un país que valió la pena conocer porque a pesar de no contar con demasiada infraestructura turística me sorprendió a través de sus exóticos paisajes, su reservada pero cálida gente (en contraposición con su clima) y sus auténticas costumbres, que hasta hoy en día se ven reflejadas en cada uno de los rincones donde haya una "chola" (mujer que domina el idioma quechua o aymara y visten un típico sombrero, amplias faldas y mantas de colores donde cargan mercaderías o a un niño). Aunque como se aprecia en esta última foto, hoy en día ni ellas pudieron mantenerse al margen de la globalización, la tecnología y el avance de las comunicaciones...